Ay Pepe, creo que el que la otra noche nos cruzásemos y
mantuviésemos una mini conversación cada uno a un lado de la acera, como si
esta ciudad cosmopolita y glamurosa fuese una aldea vikinga, me desconcierta.
Lo mejor fueron los dos besos como dos ensaimadas que me
plantaste sin mediar palabra al cruzarnos dentro del club, llamémosle ahora
taberna.
Desde entonces mientras devoro caramelitos PEZ como si fuese
un hámster creo que la única salvación a lo nuestro sería quedar atrapados en
el ascensor del edificio España. O que coincidamos en una cena de muy pocos
comensales y nos sienten juntos con tres botellas de vino tinto.
Los dos en un
vagón de metro atascado en un túnel.
Comenzamos a necesitar algo drástico. No sé qué opinas tú de
todo esto, Pepe.
(Ilustración: VidaFrida)
(Ilustración: VidaFrida)
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