Siempre supo que tenía el poder de salvar al mundo cuando llegase a su fin, lástima que nunca tuviera la oportunidad de demostrarlo. 


(Ilustración:Ulía)


Una larga etapa de mi infancia estuvo marcada por mi incapacidad de realizar el trayecto del colegio a casa sin hacerme pis. Si tardaban en abrirme la puerta,  me lo hacía en el rellano.

Imaginemos abrir la puerta de casa y encontrarte a una niña cabezona con falda a cuadros en un charco de pis. Esta era una fina estampita habitual. No recuerdo que se hablase de este asunto, pero sí recuerdo los resoplidos comentando mi gracia diaria. 

Un día mí padre nos fue a recoger al colegio, su paso era parsimonioso, luego la hazaña de llegar a tiempo a mi rellano se complicó. Siempre cruzábamos un subterráneo, de esos con enorme rampa de bajada y enorme rampa de subida. Y en esa rampa de subida fue donde llegué a la cumbre de mi enorme gracia. Un reguero de caldito amarillo aparecía bajo mi faldita y bajaba a toda velocidad por la rampa. Fue entonces cuando mi santo padre giró la cabeza hacia atrás y vio a su graciosa hija cabezona, con los ojos como una lechuza y su reguerito detrás.

Luego pasé a la fase del íntimo estilo de hacerlo en la cama. Me volví más mainstream, porque… ¿quién no se ha hecho alguna vez pis en la cama?

(Ilustración:Ulía)


Mi padre siempre fue un aficionado a la fotografía. Analógica, por la época.
Tenía un laboratorio de revelado en casa, ampliaba y experimentaba constantemente. Desde que nací hay fotos registrando desde que me sacaba un moco hasta siestas en posiciones imposibles. Yo era una niña tranquila. Cuando nació mi hermana empezaron los bodegones a dos.

Una de las míticas fotos fue una de nuestros culetes en la playa. Primer plano de nuestras posaderas infantiles colocadas encima de la tele.
Todo fueron risas hasta que una tarde vinieron a mi casa dos amiguitas del cole, que al ver la foto se rieron a gusto. A mí el asunto no me gustó ni un pelo. 

A día de hoy no sé cómo una vez en el cole conseguí , para borrar la vergüenza que había sentido, que me enseñaran el culete ambas en los baños. Obedecieron y me quedé tranquila.
En mi mente de justicia cósmica era lo que procedía, para que ninguna estuviese por encima de la otra. Si nos reímos, nos reímos todas.

Visto con el tiempo, si un profe de aquellos años nos pilla en semejante escena la cosa se podía haber malinterpretado de manera brutal.
Con esos siete tiernos años podía haber soltado esa gran frase de “Esto no es lo que parece”
Aunque por aquellos años tampoco era consciente de lo que aquello podía parecer.

(Ilustración: Ulía)
Se gustaron desde el minuto uno. Se repelieron desde el minuto dos.

Lo que nunca se dijeron:
Miss- Me ataca cada vez que abre la boca y no estoy segura de que sea su timidez.
Mr-  Me tensa, me incomoda y ya no sé si empezar a meterme con el dobladillo de sus vaqueros, ya me he metido hasta con sus geranios.
Miss- Y digo yo, si nos  caemos mal qué hacemos insistiendo en quedar con tanta alegría.
Mr- La alegría se me pasa en cuanto llega con su seguridad de mujer con todo bajo control, no se lo cree ni ella.
Miss- Para que dirá que quiere verme si llego y me hace sentir como si estuviese con un ataque de esquizofrenia aguda.
Mr- Esto no va a ninguna parte.
Miss- Esto no va a ninguna parte.

Lo que se dijeron:
Miss- Bueno me voy a ir.
Mr- Ya?
Miss- Sí, tengo que poner una lavadora.
Mr- Vaya…
Miss- Bueno pues me voy.
Mr- Eres bipolar.
Miss- No soy bipolar.
Mr- Bueno pues hasta pronto.
Miss- Ya nos veremos.

Lo que desearon:
Mr- No quiero que te vayas.
Miss- No quiero irme

(Ilustración: Ulía)




Una mañana estando aún en la cama recibí un sms. En él alguien me deseaba un precioso día lleno de amor. A mi tanto amor de buena mañana me sienta fenomenal, respondí agradecida informándole del error de número pero encantada del amor tempranero.
A la mañana siguiente se repitió un mensaje similar.
Recuerdo los cuatros días que me despertaron esos mensajes de texto, me estiraba entre las almohadas con una enorme sonrisa.
Al final de aquella semana me llamó “desconocido”.
Al agradecerle nuevamente su amorcito mañanero le dije que era “desconocida”.
Dejó de desearme los buenos días.

(Ilustración: Ulía)