El juego del ahorcado

Un día jugaste conmigo al ahorcado para decirme que me querías.
Y yo me dejé ahorcar porque me aterraba la idea de no saber qué hacer.
Me contabas que te hacías cinturones de cuchillos para ir a hacer pis por las noches.
Dibujabas caricaturas con mocos, granos y arañas. Y me las dedicabas.
Yo llevaba un abrigo edredón traído de Nueva York que me hacía marciana.
El día que me dijiste que era la chica que te gustaba me hice la sueca.
Una sueca de nueve años que llegó a casa con una sonrisa de oreja a oreja.
Nunca te dije que me moría por tus historias.
Luego nos cambiaron de pupitre.
Nunca volvimos a sentarnos juntos.

(Ilustración: VidaFrida)


Abrigos a juego

Ayer por la tarde me vine arriba y mandé mail a Pepe, porque a este paso podemos estar con el "hola y adiós" unos 3 años más. Y como está oficialmente soltero que lo puso en su Facebook, porque somos amigos por Facebook desde hace años, me dije, y ¿por qué no? si está soltero seguro que le hace gracia que me lance un poco y tal.
Bien esta fue la genialidad que le mandé:

Buenas caballero ¿sabe usted que presto atención a detalles absurdos como que el otro día llevabas un abrigo a juego con mi chaquetón? (con el que por cierto se metieron mis amistades por ser demasiado invernal, con el mío, no con el tuyo)
Fue una chorrada estupendísima que me hizo gracia. Un dato sin más.

Lo que quería comentarte es que sin duda llevamos divinamente nuestros "hola y adiós" durante años...y me pregunto... sería descabellado proponer encontrarnos de casualidad premeditada esta vez, y contarnos por ejemplo que pasó desde el primer "hola" hasta hoy o ¿en qué momento adquirimos nuestros abrigos a juego? Se me ocurre, así de pronto.


Se lo mandé ayer por la tarde, es oficial que ha debido pensar que soy borderline porque no ha respondido. Ahora me leo y me echo las manos a la cabeza.

Y bien, también existe la posibilidad de que no lo haya leído. Eso sí, si lo ha leído el siguiente encuentro va a ser la mar de diver.



Nuevas tentaciones.

Un hombre tranquilo se acerca a la nevera.
-¿Cariño, por qué tenemos todo por duplicado en la nevera?
Un hombre tranquilo entra en el baño.
-¿Amorcin,  por qué tenemos 6 geles, 4 pastas de dientes, 12 cepillos de dientes y 24 pastillas de jabón para las manos?
Un hombre temeroso se acerca al fregadero.
-Cielo…
Un hombre acojonao entra en el salón y contempla a una mujer con sonrisa incierta.
-Mi rey… ¿conoces las ofertas dos por uno?  Pues los mensajes son cada vez más convincentes.


Hawaianas para las visitas.

El momento de felicidad absoluta que experimentas al descubrir que existen lucecitas a pilas es grandioso. Aún no las he localizado, pero sé que existen, al menos en la novela que estoy leyendo que transcurre en Islandia, existen.  Y lo primero que pensé es, si en Islandia las tienen, en los Chinos seguro que también. Y fui a dar con una china que no sabía asegurarme si la macetica que estaba adquiriendo era hierbabuena o lechuga y no conocía la existencia de lucecitas a pilas. Estaba de buen humor así que me llevé la macetita junto a una buena bolsa de tierra, porque en mi mente imaginé que la hierbabuena iba a reproducirse a una velocidad supersónica y en nada iba a tener que llenar macetas y macetas de hierbabuena por todo el patio. De momento se la ve contenta, lo de la reproducción supersónica está por ver. Aún tengo fe.
Con el asunto de las lucecitas a pilas sigo teniendo fe, confío que en Majadahonda tengan. O en algún otro Chino del centro, lo bueno de esta ciudad es que hay más Chinos que Starbucks, cada negocio experimenta con sus géneros como le da la gana y puedes encontrar cualquier cosa. Mi tapa de wáter acolchada no tiene igual, la encontré en el de la de la hierbabuena. Una vez que pruebas algo así ya no lo cambias, y eso que fue sorpresa total, la compré, la instalé y al sentarme, fue una caída blandita al trono, incomparable.
Creo que se puede decir ya, que soy feliz con inventos curiosos y totalmente inútiles, como mis moldes para hacer huevos duros con formas de animales.  ¿Cómo irse de Tokio sin llevarte unos moldes para hacer huevos duros con formas?
Ahora ambiciono mis lucecitas a pilas para el patio.  Y mi mantel de hawaianas para las visitas.
No sé como he podido vivir hasta ahora sin lucecitas en el patio.


 Enemigos congelados.

Cuando era pequeña mi madre me enseñó que si alguien quería hacerme daño lo metiese en el congelador. El ritual era sencillo y efectivo, apuntar su nombre en un pequeño papel y meterlo en el congelador sin contemplaciones. No sé qué base científica tiene este ejercicio contra tus enemigos, pero siempre me ha resultado de un gran alivio saber que yo podía hacer algo para defenderme, alejado de la violencia y la venganza. La venganza es muy cansina.
Porque vamos a ver ¿quién quiere a sus enemigos cerca? ¿Para qué alargar una batalla durante siglos? Los que no nos quieren no nos quieren, si pecan de ser vengativos mejor ponerlos al lado de las espinacas y olvidarnos del asunto.
Quien dice espinacas, dice ensaladilla rusa congelada, pero a mí la ensaladilla rusa congelada me da asquito.
Mis enemigos se encuentran al lado de las espinacas.

Un pis en la vía pública

Nunca olvidaré el día en el que el Ratoncito Pérez dejó de existir, ya lo sospechaba por supuesto, pero recuerdo el día en el que me arrancaron la posibilidad de seguir creyendo en algo en lo que me gustaba creer.
Me lo dijo una mujer de un millón de años que nos cuidaba a mi hermana y a mí durante un verano, en un pueblo llamado Matachana. Me lo dijo porque me odiaba, todo por haberle roto sin querer  un jarrón de su difunto marido. Me lo dijo riéndose de mí mientras servía un vinito a unos niños salvajes que mutilaban moscas en la mesa de la cocina. Esos niños serían invencibles, conocían toda la verdad, bebían vino y cagaban en las calles del pueblo.
Yo era una niña cursi, con dos ojos que le ocupaban media cara, con una enorme cabeza que sostenía torpemente un cuerpito demasiado flaco y que sin duda, no estaba preparada para el mundo real ni para cagar por las calles del pueblo.
Antes de que pudiese verbalizar con mi agudo timbre de voz la duda existente con los Reyes Magos, me lo aclararon con la crudeza de quien recibe un sopapo por sorpresa.
Aún tengo dudas de estar preparada para el mundo real y sus sopapos. Eso sí, ahora guardo mejor el equilibrio de mis extremidades y un pisicin puedo aventurarme a echar en la vía pública.
 Los años me van curtiendo.

Betty

Ayer tomé un café en uno de esos lugares que te piden el nombre para apuntarlo en el vaso. Cuando llegó la famosa pregunta esperé unos segundos y dije: - Anna.
En ese instante me recorrió todo un escalofrío por el cuerpo mientras mis pupilas se hacían pequeñitas, un sudor frío me bajaba por la frente y en mi interior sentía el miedo del culpable. Pero la muchacha ajena a todo el terremoto que en mi interior estaba sucediendo me dijo el importe, me invitó a no estorbar en la cola y esperar más apartada, que ahora me llamarían por “mi nombre”. Obedecí y me quedé apartada esperando la llamada. Cuando apareció mi café al grito de ¿Anna? fue una de las sensaciones más extrañas de mi vida. De pronto me sentí protegida, inquebrantable y con una sonrisita me llevé mi cafetín.
No resultó tan dificil inventarme otra identidad, resultó enormemente fácil.
El próximo día diré que me llamo Betty.