Un pis en la vía pública
Nunca olvidaré el día en el que el Ratoncito Pérez dejó de existir, ya lo sospechaba por supuesto, pero recuerdo el día en el que me arrancaron la posibilidad de seguir creyendo en algo en lo que me gustaba creer.
Nunca olvidaré el día en el que el Ratoncito Pérez dejó de existir, ya lo sospechaba por supuesto, pero recuerdo el día en el que me arrancaron la posibilidad de seguir creyendo en algo en lo que me gustaba creer.
Me lo dijo una mujer de un millón de años que nos
cuidaba a mi hermana y a mí durante un verano, en un pueblo llamado
Matachana. Me lo dijo porque me odiaba, todo por haberle roto sin querer
un jarrón de su difunto marido. Me lo dijo riéndose de mí
mientras servía un vinito a unos niños salvajes que mutilaban moscas en
la mesa de la cocina. Esos niños serían invencibles, conocían toda la
verdad, bebían vino y cagaban en las calles del pueblo.
Yo era una niña cursi, con dos ojos que le ocupaban
media cara, con una enorme cabeza que sostenía torpemente un cuerpito
demasiado flaco y que sin duda, no estaba preparada para el mundo real
ni para cagar por las calles del pueblo.
Antes de que pudiese verbalizar con mi agudo timbre
de voz la duda existente con los Reyes Magos, me lo aclararon con la
crudeza de quien recibe un sopapo por sorpresa.
Aún tengo dudas de estar preparada para el mundo
real y sus sopapos. Eso sí, ahora guardo mejor el equilibrio de mis
extremidades y un pisicin puedo aventurarme a echar en la vía pública.
Los años me van curtiendo.
Los años me van curtiendo.
jajajajaja!!! pobre...
ResponderEliminarQue bueno que vuelvas a tener blog :)
Gracias Anónimo! ;)
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