Una larga etapa de mi infancia estuvo marcada por mi incapacidad de realizar el trayecto del colegio a casa sin hacerme pis. Si tardaban en abrirme la puerta,  me lo hacía en el rellano.

Imaginemos abrir la puerta de casa y encontrarte a una niña cabezona con falda a cuadros en un charco de pis. Esta era una fina estampita habitual. No recuerdo que se hablase de este asunto, pero sí recuerdo los resoplidos comentando mi gracia diaria. 

Un día mí padre nos fue a recoger al colegio, su paso era parsimonioso, luego la hazaña de llegar a tiempo a mi rellano se complicó. Siempre cruzábamos un subterráneo, de esos con enorme rampa de bajada y enorme rampa de subida. Y en esa rampa de subida fue donde llegué a la cumbre de mi enorme gracia. Un reguero de caldito amarillo aparecía bajo mi faldita y bajaba a toda velocidad por la rampa. Fue entonces cuando mi santo padre giró la cabeza hacia atrás y vio a su graciosa hija cabezona, con los ojos como una lechuza y su reguerito detrás.

Luego pasé a la fase del íntimo estilo de hacerlo en la cama. Me volví más mainstream, porque… ¿quién no se ha hecho alguna vez pis en la cama?

(Ilustración:Ulía)

No hay comentarios:

Publicar un comentario