Mi padre siempre fue un aficionado a la fotografía.
Analógica, por la época.
Tenía un laboratorio de revelado en casa, ampliaba y
experimentaba constantemente. Desde que nací hay fotos registrando desde que me
sacaba un moco hasta siestas en posiciones imposibles. Yo era una niña
tranquila. Cuando nació mi hermana empezaron los bodegones a dos.
Una de las míticas fotos fue una de nuestros culetes en
la playa. Primer plano de nuestras posaderas infantiles
colocadas encima de la tele.
Todo fueron risas hasta que una tarde vinieron a mi casa dos
amiguitas del cole, que al ver la foto se rieron a gusto. A mí el asunto no me
gustó ni un pelo.
A día de hoy no sé cómo una vez en el cole conseguí , para
borrar la vergüenza que había sentido, que me enseñaran el culete ambas en los
baños. Obedecieron y me quedé tranquila.
En mi mente de justicia cósmica era lo que procedía, para
que ninguna estuviese por encima de la otra. Si nos reímos, nos reímos todas.
Visto con el tiempo, si un profe de aquellos años nos pilla
en semejante escena la cosa se podía haber malinterpretado de manera brutal.
Con esos siete tiernos años podía haber soltado esa gran
frase de “Esto no es lo que parece”
Aunque por aquellos años tampoco era consciente de lo que
aquello podía parecer.
(Ilustración: Ulía)